|

El Repique que nos reunió por la Casa Común y la causa común 

Del 11 al 13 de abril, en el Centro Emmanuel, resonó algo más que un encuentro. Jóvenes de la Iglesia Metodista, la Iglesia Valdense y la Iglesia Evangélica del Río de la Plata —de Uruguay y Argentina— se reunieron para lo que, en principio, parecía un campamento ecuménico. Pero pronto quedó claro que EL REPIQUE sería otra cosa: una sacudida compartida, un eco profundo que invitaba a revisar, repensar y reimaginar la vida, la fe y el compromiso con la Tierra. 

No se trató simplemente de compartir entre denominaciones. Lo que se vivió fue un ecumenismo activo, encarnado en el deseo de escucharse con honestidad, de abrazar la diversidad sin miedo, de construir puentes reales entre diferentes formas de espiritualidad. Lejos de buscar uniformidad, se apostó a la convivencia desde la diferencia, al reconocimiento mutuo como punto de partida para algo mayor: un horizonte común de cuidado de la vida

A lo largo de tres días, las actividades —juegos, reflexiones, fogones, guitarreadas, momentos de espiritualidad y conversaciones espontáneas— se entrelazaron con un mismo hilo: el deseo de comprender cómo nuestras formas de habitar el mundo pueden transformarse, cómo la fe puede ser una herramienta para cultivar justicia y cómo el encuentro puede ser semilla de cambio. 

Uno de los momentos clave fue la construcción simbólica de una Casa Común. No una casa idealizada, sino una profundamente real, nacida de preguntas urgentes: ¿Qué nos protege hoy? ¿Qué necesitamos preservar para seguir caminando juntas y juntos? Entre otras. La dinámica fue reveladora. El techo de esa casa se llenó de palabras como ternura, hábitos saludables, crítica, abrazo, espiritualidad, memoria, bienestar. Las paredes se levantaron con respeto, amor, acción, vínculo, pertenencia, sentido crítico, aceptación. Las puertas y ventanas se abrieron al diálogo, la hospitalidad, el valor de compartir, las redes, el cuidado mutuo. Y los cimientos, firmes y necesarios, se nombraron sin dudar: fe, sabiduría, verdad, igualdad, diferencias

Pero esa casa, lejos de quedarse en la metáfora, se convirtió en un marco para analizar el presente. No solo lo que soñamos, sino también lo que amenaza esos sueños. Aparecieron prácticas cotidianas que dañan la Tierra: el uso innecesario de transporte privado, el consumo compulsivo, el individualismo, la desconexión con el territorio. Y también emergieron —como resistencia— gestos concretos que cuidan: caminar, cultivar, reciclar, compartir, consumir de forma consciente, apoyar a pequeños productores. Porque el cuidado de la creación no empieza en las grandes políticas, sino en los actos pequeños, cuando se hacen en comunidad. 

En ese contexto, la ecoteología no fue una teoría ajena, sino un modo de leer el mundo desde la fe. Las reflexiones colectivas abrieron espacio para puentes inesperados y potentes: entre la Biblia y la Tierra, entre la teología y el ecofeminismo, entre la educación popular y la espiritualidad encarnada. Se puso en palabras lo que muchas veces se siente pero no se nombra: que la creación gime, como dice Pablo, y ese gemido es también el nuestro. Que hay que volver a mirar el Génesis no como permiso para dominar, sino como un llamado urgente a cultivar y cuidar (Gn 2:15). Que evangelizar no es imponer, sino acercar la palabra desde la actualidad, desde la escucha, desde el amor, incluyendo distintas formas de ser y pensar. 

El Centro Emmanuel fue el lugar ideal para este encuentro. No solo como sede física, sino como comunidad de referencia que acompaña procesos, que integra espiritualidad y compromiso, que cultiva con las manos en la tierra lo que también se siembra en los corazones. Las huertas, el entorno natural, la mística del lugar, fueron parte del lenguaje que se habló durante el campamento. Allí, la ecoteología se volvió paisaje, la reflexión se volvió barro, y la espiritualidad se volvió semilla. 

Porque si bien se construyó una Casa Común simbólica, lo que se puso sobre la mesa fue también la necesidad de avanzar hacia una causa común: una forma de vida comprometida con el cuidado de la creación, con la justicia ecológica, con la agroecología como camino concreto y comunitario para resistir la lógica de la explotación. La tierra no fue nombrada como recurso, sino como hermana, como lugar sagrado, como tejido de relaciones. 

EL REPIQUE fue eso: un eco que no cesa. Una vibración que todavía se siente en quienes participaron. Un llamado a volver a las comunidades, no solo con lindas anécdotas, sino con preguntas más profundas, con convicciones renovadas y con herramientas reales. Un ejercicio de fe vivida, que no se conforma con lo establecido, que quiere más, que exige justicia para todxs y para la Tierra. 

Porque cuidar la Casa Común no es una tarea abstracta, ni una responsabilidad individual. Es un horizonte colectivo, un trabajo diario, una espiritualidad que se organiza. Y si algo dejó este encuentro, es la certeza de que cuando muchas voces repican juntas, lo que nace no es solo ruido: es transformación

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *