Retiro de ecoespiritualidad: somos un mismo tejido de vida 

Del viernes 13 al domingo 15 de septiembre nos encontramos en un retiro que fue mucho más que una pausa en la rutina. Fue un regreso a lo esencial: a mirar con nuevos ojos, a sentir con hondura y a escuchar con el corazón abierto. No nos reunimos para huir del mundo, sino para entrar en él de otra manera, como quien se acerca al río para escuchar su murmullo o al bosque para dejarse envolver por susurros invisibles. 

Cada una llegó con su historia, con cansancio y también con sueños. Pronto descubrimos que lo que nos une es más fuerte que lo que nos separa. Somos distintas, sí, pero al encontrarnos un hilo invisible comenzó a tejerse, recordándonos que somos parte de una misma red de vida. Así lo entendía también Pablo cuando hablaba del cuerpo de Cristo: muchas partes, distintos dones, pero un mismo Espíritu que nos une. Cada una es necesaria, ninguna sobra, porque en el tejido de la vida todas ocupamos un lugar irremplazable. 

La ecoespiritualidad dejó de ser un concepto guardado en un libro y se volvió experiencia viva. La sentimos en los silencios compartidos, en la comida sencilla, en las canciones elevadas como plegarias y en la danza circular, que nos hizo sentir raíces y ramas al mismo tiempo. 

Comprendimos que cuerpo y espíritu no caminan por separado, como tampoco lo hacen humanidad y naturaleza. Somos tierra y cosmos, materia y energía, un mismo fluir de vida. Este misterio resuena en la encarnación: Dios en Jesús se hizo carne, tierra y polvo de estrellas como nosotras. La espiritualidad no huye de lo material, sino que reconoce en la carne y en la creación el lugar mismo de la presencia divina 

El ecofeminismo nos acompañó como guía. Nos hizo ver que el dolor de la tierra herida y el de las mujeres silenciadas nacen de la misma raíz opresora. Pero también nos mostró que, en el cuidado cotidiano, en la ternura y en la resistencia, late una fuerza capaz de regenerar. Ese poder de regeneración es lo que la Biblia nombra como Reino de Dios: una semilla que brota en los gestos pequeños de justicia, en el compartir el pan y en la dignidad de lo frágil. Allí donde la idolatría del poder destruye, el Espíritu siembra vida, recordándonos que la justicia no es solo palabra, sino modo de vivir: cómo compartimos el pan, cómo escuchamos el dolor ajeno y cómo defendemos lo pequeño y lo vulnerable. 

Las noches nos hablaron con otro lenguaje: el de las estrellas. Al contemplarlas, sentimos que no estamos solas en un rincón del universo, sino entrelazadas con todo. Somos polvo de estrellas, memoria de un cosmos en expansión, latiendo dentro de nuestros cuerpos. 

En medio de ese silencio estrellado, nos habitó un poema, como si el universo mismo lo susurrara a nuestras almas: 

“Ser una balsa en el medio del océano cósmico 

 Confiar en el sin rumbo de un sistema perfecto  

Recordarme vida elegida y por tanto hija amada 

Entonces 

¿A qué me resisto creyendo en la enfermedad y en la limitación del alma? 

¿A qué me resisto temiéndole al destino? 

¿A qué temo controlando una acción que ya sé que no es mía? 

¿Qué es lo que aún preciso soltar para confiar que soy/estoy profundamente sostenida? 

¿Qué batallas sigo dando que no son mías? 

¿Qué rescate llevo en mis manos qué en vez de ayudar perpetuan la agonía? 

Reconocerme en la inmensidad de la creación es recordarme eterna e infinita» 

Malu Siri 

La vida se nos reveló como un baile donde cada ser ocupa un lugar único e irremplazable: la hormiga que trabaja incansable, el árbol con su silencio profundo, la mujer con su palabra valiente, la niña que juega inventando mundos. 

Hubo charlas en las que cada voz se hizo semilla; silencios profundos en los que el aire mismo nos habló; abrazos en los que las lágrimas y las risas se unieron como agua dulce y salada fluyendo juntas. Cada gesto fue, en sí mismo, una rebelión contra un sistema que pretende aislarnos y reducirnos a meras consumidoras. 

Al despedirnos, no sentimos un final, sino un comienzo. La ecoespiritualidad no se limita a un fin de semana: es un llamado a reconocer los lazos que nos sostienen, a cultivar la interdependencia y a vivir conscientes de que todo está conectado. El retiro encendió una chispa, y ese fuego pequeño ahora arde en cada gesto que llevamos a casa, a nuestras comunidades, a la vida cotidiana. 

Somos tierra, agua, aire y cosmos. No simples visitantes, sino hermanas de todo lo que existe. La espiritualidad no es huida, sino camino humilde que nos enseña a apreciar lo que somos y lo que nos rodea. Ese cuidado, frágil y fuerte a la vez, es semilla sembrada en la tierra, confiada en la cosecha que vendrá. Como en la parábola del sembrador, lo pequeño y escondido guarda la fuerza del Reino. Cada gesto de cuidado es semilla que Dios hará germinar en abundancia, hasta que toda la creación cante con nosotras el gozo de la vida. 

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