Jornada de semillas en el Hogar para Ancianos de Colonia Valdense
A veces la vida se resume en un gesto simple: recoger una semilla, guardar un fruto, cantar una canción al sol de la tarde. El viernes 2 de mayo, en el Hogar de Ancianos de Colonia Valdense, compartimos una de esas tardes que se sienten, más que se explican.
Salimos al patio con canastos, con ganas, con tiempo. Juntamos semillas de trigo, de zinnia, cosechamos tomates maduros, un par de zapallos anaranjados y llenos de promesas. Pero también cosechamos algo más: palabras suaves, risas de esas que nacen despacio, recuerdos que brotaron entre las manos arrugadas y las más jóvenes.
No era solo una actividad: era una oración tejida con tierra y con miradas. Porque en cada semilla hay un secreto de la vida. Algo que parece seco, quieto, olvidado… y sin embargo guarda dentro de sí todo lo necesario para volver a brotar.
Jesús habló del grano de trigo que, al caer en tierra, no se pierde. Se transforma. Para dar fruto, hay que soltarse. Para vivir de verdad, hay que entregarse.
En medio de estos tiempos donde tanto parece tambalearse —los cuerpos, los vínculos, la tierra misma—, recogimos semillas como quien abraza una promesa. Confiando en que todo tiene su ritmo. Que lo que cae, también puede levantarse. Que hay belleza incluso en lo que muere, porque hace lugar para lo nuevo.
Y mientras cantábamos, algo se volvió claro: no estamos fuera de este proceso. Somos parte. Nuestra fe también se siembra. También atraviesa otoños. También necesita confiar en el tiempo y en la entrega.
Nos queda la tarea —y el regalo— de seguir compartiendo este tejido vivo… 
Repicando nuestra fe a través de las semillas y los corazones dispuestos. 










