Una ronda para jugar, un tesoro escondido entre las plantas, una canción nueva. Un horno con medio centenar de panes, gente de muchos lugares, una mesa larga para sentarse y cambiar de lugar. Gurises que corren buscando cosas, rompecabezas para resolver con el celular. Cuidado para volcar la harina, fuerza para golpear la masa, tiempo para dejar leudar, cariño para explicar…

El miércoles de Semana Santa pusimos en pausa la tradición del pan sin levadura y nos juntamos a amasar. Más de cincuenta personas reunidas en la Unión Cristiana de Colonia Valdense, con una propuesta en la que se alternaba el juego, reflexión y acción. Como imagen para saborear nos guió una parábola del Reino, la idea de la levadura que una mujer esconde entre la harina para luego leudar (Mt.13:33)

¿Cuántos son los ingredientes para formar comunidad? ¿Cuántos gestos ayudan a dar forma a lo que un día será pan? ¿Qué tiene que ver el Reino con el milagro de leudar?

Al final, cuando se formó la mesa, cuando compartimos la copa y el pan, recordamos esa última comida que experimentó Jesús. Entonces notamos que la receta del Reino es más que una lista de ingredientes. Son un montón de gestos, múltiples, sucesivos, coordinados.

Así, cuando la masa leuda, los ojos y el olfato son testigos del milagro.

Bienaventuranzas de los sentidos.

Cuenta la tradición que Jesús, cuando pronunció sus bienaventuranzas, estaba en lo más alto de un monte. La gente escuchaba, una gran multitud, sus palabras tenían sentido.

Pero, ¿qué habría ocurrido si las bienaventuranzas hubiesen resonado en su última cena, en la intimidad de una comida compartida? ¿Qué bienaventuranzas podríamos pronunciar hoy, en torno a esta gran mesa?

Diría que son bienaventuradas las personas que sintieron como nuevo el sabor del pan.

Diría que son bienaventurados los ojos que vieron el fuego en el rostro de los demás.

Diría que son bienaventurados los pulmones que notaron el aire cálido y que se inflaron para cantar.

Diría que son bienaventuradas las risas, las muecas y las miradas de complicidad.

Diría que son bienaventuradas las manos, porque amasaron, porque jugaron, porque partieron el pan.

Diría que son bienaventurados los gestos, los espontáneos, los meditados, los que acercaron a alguien más.

En un mundo en el que tantas personas se sienten desventuradas, sin mesas ni manos para hacer pan; que podamos recuperar la simpleza de la harina y el poder de la levadura. Que podamos sentir el Reino como esa mezcla, tan elemental, pero tan plena de posibilidades. Que podamos ser como esa señora, que escondió la levadura en la harina. Movimientos sencillos, respuesta fermental. Un reino que crece, se multiplica; que sacia el hambre, y vuelta a amasar. Amén