El Grupo de Ecoteología del Centro Emmanuel es un espacio de reflexión integrado por jóvenes que transitan diferentes disciplinas y campos laborales. Allí confluye el talento del educador social, la capacidad reflexiva del estudiante de ciencias sociales y la experiencia de quien creció a la sombra de los frutales. Allí es donde se encuentran las ciencias duras, la animación juvenil, el compromiso social, las letras, la docencia y la pasión por el campo, componiendo un ritmo único en su especie.

Quizá en otros lugares y para otras mentalidades esos senderos jamás se cruzarían, no tendrían por qué hacerlo si a cada quien corresponden ámbitos tan distintos. Pero este no es un espacio en el que uno toma por bandera su propia disciplina o su experiencia de vida. Más bien es un punto de encuentro, un espacio de referencia común, al que estamos ligados por la fe compartida.
Así, pensar en clave de Ecoteología se volvió un ejercicio removedor porque nos hace salir de la comodidad de nuestro mundo conocido y nos transporta a un campo de reflexión en el que necesitamos del conocimiento, la trayectoria y hasta la duda y los cuestionamientos del otro. Llegamos a ese lugar unidos por una inquietud común, preguntándonos por la finitud de nuestros recursos, por nuestras pautas de consumo, por la relación con la tierra, por la instrumentalización de los otros como camino para satisfacer el deseo propio.

En este espacio de reflexión el grupo fue planteándose la posibilidad de convertir todas las herramientas y la información recibida en una propuesta para trabajar con otros organizando talleres. Por ese camino, el pasado sábado 3 de junio fuimos recibidos por el grupo de adolescentes y jóvenes de la Iglesia Valdense de Colonia Valdense, nuestro ‘grupo de prueba’ con el que compartimos un primer taller.

En esa oportunidad pusimos sobre la mesa el juego y mucha capacidad narrativa para estimular la reflexión, para empezar a evidenciar la inmensa e invisible red de hilos que nos unen. Son vínculos que nos ligan mutuamente y nos hacen ser parte de una comunidad humana; una comunidad que debe dar protección, amparo, contención.

Luego, una reflexión propuesta en base a Génesis 2 nos ayudó a percibir muchas otras fibras, cordeles que nos unen a toda la Creación como un entramado hilado con sabiduría. Según el relato mítico, esa red mantiene un equilibrio y un estado armónico que el ser humano debía preservar. Al menos esa había sido la consigna…

Hacia el final del encuentro quedamos con las ganas de repetirlo. Pronto habrá otras instancias -allí y en otras localidades- en las que podremos reencontrarnos, reconocer los hilos que nos unen a toda la Creación, aprender a no jugar con ellos, a no manipularlos a nuestro antojo, a anudar viejas cuerdas. Para que el hilo no se corte en la parte más delgada…