Reflexión de Mariela Soria, desde Montevideo.
Mariela es docente en el Instituto Crandon, donde coordina el área de Educación Cristiana. Hoy la mesa de su casa se convierte en aula, allí se despliega un universo nuevo de experiencias y sabores desafiantes:
Suceden muchas cosas en una mesa en la cotidianeidad habitual, ¡cuánto más en tiempos de Pandemia! Inesperada e invasiva pandemia que nos obligó a mirar hacia adentro de nosotrxs mismos, más de lo usual. A algunxs para nadar en el bonito oasis construido con sabiduría, con amor, donde fue arrimando riquezas de “las buenas” para disfrutar en “momentos oportunos”. A otros para acomodar el jardín que, sin tiempo, se había descuidado y presentaba algunas malezas. Una invitación a embellecer el alma.
Es una oportunidad única para poner sobre la mesa esas riquezas. También un tiempo para mirar hacia afuera, hacia lxs otrxs que nos rodean y reconocer en los vínculos construidos fortalezas y debilidades. En el plano personal y comunitario siempre agregar alguna “especia” más para enriquecer, revincular, abrir espacio interior.
En mi mesa pasan los saberes y los sabores. Dos palabras con la misma raíz etimológica “sapere”, una asociada a la adquisición de conocimientos poniendo en juego formación e información (alimento intelectual) y la otra enriqueciendo con nuevas experiencias el tacto y el gusto (alimento de la vida sensorial).
Como parte, soy amante de la Creación, me gusta admirarla, recorrerla, tocarla, darme tiempo para sentir su vibración, en especial disfrutar de la naturaleza y los encuentros de familia, compañeros y amigos. Todos han estado presentes en este tiempo a través de la tecnología. La naturaleza, en aislamiento, ha estado distante y ese con-tacto lo extraño enormemente. A cambio me he permitido beber mucho más té del que habitualmente bebo. Me encanta degustarlo, saborearlo, buscarle maridajes que me lleven a otros territorios táctiles y de sabor. Todas prácticas de una Sommelier de Té que guardo en mí para el momento oportuno y que se prepara para compartir lo aprendido también en esta área. Desafiada, además, con la llegada de “Tentaciones”, la nueva publicación de la Escuela de Gastronomía de Crandon.
Soy amante de educar, así que mi mesa tiene libros, pequeñas publicaciones, cuadernolas, cuadernos, carpetas, lápices, lapiceras, marcadores, iluminadores, computadora, celular, con los que exploro los territorios del alma de lxs compañerxs con los que comparto la vocación y también de lxs jovencitxs con los que comparto aula virtual.
Si hubo algo que no experimenté en este tiempo fue el aburrimiento. Tuve oportunidad para leer, participar de conferencias, explorar, ver películas que deseaba y no podía, ser parte de conversatorios, crear lazos, renovar otros, fui parte y espectadora del crecimiento de otros.
Mi mesa tiene, al igual que las bandejas de tres niveles para el té de la merienda, pasteles salados, masas sabrosas y secas y finalmente las cremosas, muy envolventes y gratificantes. Los primeros bocaditos salados son importantes, ayudan a diferenciar en la degustación, el dulce.
En la tarea educativa, algunos “momentos amargos” (al igual que un té mal elaborado) estuvieron en la lucha con las máquinas. Reconozco que nos ayudan a comunicarnos en esta situación en que nos vimos detenidos, a buscar salidas, soluciones, pero, hemos reñido con ellas, también. Y lo hemos hecho porque para nosotros el contacto, la cercanía, el encuentro, son esenciales. La amargura de no manejarlas con anticipación para dominarlas y “acercarnos” asertivamente, se hizo presente; la frustración estaba allí.
Como docentes hemos experimentado una serie de errores que han hecho de nuestra mesa un revoltijo. Ahí entonces llega el desafío de aprender, ensayo y error. Tomamos cursos varios días para adquirir las herramientas necesarias, para prepararnos e intentar. Descubrimos que era “un montón” que aprender. ¡Qué salado!
Una vez adquiridas las herramientas, ¡a probar! Con lxs niñxs y adolescentes desplegamos las mejores propuestas que no siempre fueron las más acertadas. A veces resultaron mucho y otras, poco. La virtualidad concede menos tiempo, menos posibilidad de darnos cuenta si están aprendiendo. No percibimos gestualidad, tenemos dificultad para los turnos que otorgan la palabra, las inquietudes propias de las edades, las máquinas compartidas en la familia, la invasión al hogar con nuestras presencias, la invasión de las familias en nuestras aulas, y un largo etcétera de obstáculos. Pero… cuando acertamos, ¡ah!, ¡que gloria! Todo un camino ascendente; ¡llega el dulce! El dulce de los bocaditos secos y cremosos.
Por supuesto, para no quedarnos suspendidos en la experiencia de bonanza y seguir creando le salió al paso un té negro que con su astringencia ayudaba en el equilibrio, atesorando el dulce y habilitando el paladar para continuar. Los días siguientes estarían cargados de suaves y herbales tés verdes en los que el alma reposaría y el paladar juguetearía con frescas tarteletas de variadas frutas y mermeladas caseras que la cuarentena nos permitió hacer. Es decir, pudimos dis-frutar de los conocimientos alcanzados y compartidos, aunque en mucho menor medida de lo deseado. Principalmente nos permitió continuar.
En el innovar y recrear fue llegando la necesidad de compartir con otrxs de otras latitudes y longitudes sus experiencias. A esta altura del proceso vale disfrutar el té Oolong, en este caso elegir un Oriental Beauty es acertado, es hora de digerir. Ver qué nos ha dejado para nutrir y qué debemos eliminar del aprendizaje adquirido. Algunas experiencias llegaron para quedarse. Ahora sabemos que para algunas reuniones fuera de fronteras podemos conectarnos desde varias plataformas, eliminar barreras, allanar caminos y crecer. Sabemos más del valor del encuentro, de la tibieza de un abrazo, de la calidez y el brillo de la mirada en la presencia, de la importancia de la red de sostén afectivo, de saber que estamos aquí. En el campo del saber intelectual experimentamos la posibilidad de compartir con colegas lo aprendido, de encontrar muchas posibilidades de donar los conocimientos para enriquecernos buscando soportes, metodologías, contenidos diferentes; explorando oportunidades. Y todo sucedió sobre la mesa del comedor, en casa.
La historia continúa, sigue su camino, seguimos probando y errando, probando y acertando. La pandemia sigue, recorre las etapas planificadas. Ya llegará el día de compartir en la mesa un buen té Puehr. El momento de un “mano a mano”. El Puehr es el único té fermentado. Su infusión desprende un licor de carácter y mucha presencia en el paladar con notas a frutas pasas que muestra la paciencia y sabiduría de sus elaboradores. Su clave es el añejamiento, cuanto más añoso mejor, el tiempo se hizo amigo. Pasada la Pandemia veremos qué sabores nos ha dejado, cuáles se han podido preservar para impulsar la esperanza de otra educación posible, de otro mundo posible, de otras mesas que anhelan y confían en el sostén del Señor para la vida.
Una pequeña hoja de té cultivada con esfuerzo en maravillosos jardines de Oriente o de América Latina, una pequeña hoja de las tantas creadas por Dios, se convierte, se transforma para acompañar, confortar, encontrar y gratificar.
¡Gracias Señor por permitirme ser parte de Tu bendita Creación!
Prof. Mariela Soria
Junio de 2020