Testimonio de Myriam Vranich, desde Rosario.
La historia de Myriam ameritaría una larga tarde junto al fuego. No solo porque es una persona que gusta de conversar. También porque en los últimos dos años ha hecho un largo periplo, un camino accidentado del que hoy puede hablar con esperanza. Mate en mano, frases rápidas y calidez en cada gesto.
Todo comenzó en invierno de 2018. Se jugaba un partido importante de la Copa Mundial de Fútbol. Myriam salió a hacer unos mandados, y al regreso un accidente en moto le cambió los planes.
Así, mientras en Rusia la pelota seguía picando de partido en partido, Myriam y su familia se acomodaban en Montevideo para esperar un diagnóstico, un tratamiento, un pronóstico. Las fechas para una intervención quirúrgica danzaban en el almanaque como los octavos de final, y la ansiedad les ganaba la pulseada. Luego la fisioterapia para recuperar una rodilla, las idas y venidas entre especialistas para tratar un hombro que no había sido tenido en cuenta.
En medio de esto, otro barquinazo hizo que Myriam tuviera que dejar su ciudad para irse a vivir más cerca de un hijo. La acompañaron pocas cosas, unas mudas de ropa y la máquina de coser con la que antes trabajaba. Varias personas la ayudaron a rearmar su casa, pero el hombro adolorido, las burocracias y el efecto de la mudanza muchas veces la hicieron sentir entre sombras.
Hoy Myriam puede compartir un pequeño testimonio. En él la esperanza se mezcla con los barbijos y las amistades; esas que, capa a capa, la ayudaron a salir adelante.
“El tema de los tapabocas –cuenta Myriam- empezó con el comienzo de la pandemia. Un día una médica le contó a mi hijo que necesitaba comprar tapabocas, y a él se le prendió la lamparita: ‘Yo tengo a mi madre que recién se mudó a Rosario –le dijo él-, y le vendría bien hacerlos’
Así que un día vino esta doctora con un modelo de tapaboca que ya tenía. Me los mostró y me preguntó si me animaba a hacerlo. Y arranqué. Empecé a buscar por Internet otra clase de modelos, para hacer los más comunes pero también otros, con otros filtros, más capas, o más cómodos. También me hice para mí, y después le ofrecí a gente conocida. Al final a la doctora le gustaron, y ahí arrancó todo, y otra gente empezó a pedirme tapabocas”
En su relato, Myriam habla de los barbijos como un objeto en el que se condensan muchas cosas. No son solo algo que ella vende para pagar un alquiler. Es algo tangible, un objeto en el que se materializan dos años intensos: ahí hay varios meses de esfuerzo, creatividad, la ayuda de sus hijos y el sostén de muchas personas que acompañaron con gestos sencillos.
Myriam mira sus barbijos y manda fotos, no para promocionarse sino para mostrar con orgullo la variedad que puede ir creando a medida que su hombro y su rodilla van recuperándose. No manda las fotos para vender, las manda porque se siente orgullosa de lo que pudo lograr. Lo hace pensando que quizá mañana pueda volver a hacer otros trabajos que le demanden un poco más de fuerza y movilidad.
“La verdad, si fuera por mí algunos de estos tapabocas los haría sin cobrar. Porque no son un lujo, es algo que la gente necesita para protegerse de un virus. Pero como tengo que vivir los tengo que vender, y al fin y al cabo, es un trabajo, que suma un poco a la ayuda de mis hijos”
Myriam cuenta que, además de ser una ayuda económica, esa tarea es algo que le sirve para sentirse útil: “Me ayuda a tener la mente ocupada. Me ayuda a no pensar por un tiempo en la pandemia, en los problemas míos, en lo que pasa en el mundo. Es tener la mente ocupada en algo que me ayuda a mí, y que le ayuda a los demás”
Es curioso que en estos tiempos, cuando los barbijos son mala palabra para quienes estamos obligados a usarlos, para Myriam representen una oportunidad de superación. Punto por punto, capa por capa, representan ese tejido en el que pudo resguardarse y encontrar el empuje para seguir.
“Lo que me ha ayudado mucho a mí es que creo en Dios. Es algo que siento desde que nací. No es que mis padres me lo inculcaron, es que siento que está conmigo siempre, en cada cosa que digo o hago. Agradezco a Dios por que haya gente que me quiera y me haya ayudado. Por los hijos que tengo. Tengo muchísimo para agradecer.”
Paso a paso. Punto por punto. Capa a capa.
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