Por Luis Ferreira, desde Rosario –Colonia.

Hace poco Luis se acercó por el Centro Emmanuel. Compartiendo saberes, nos contó que tenía una quinta en su casa, en pleno Rosario. Decía con modestia que era algo sencillo, pero lo que contaba daba cuenta de un largo tiempo de pruebas y errores, de búsquedas, de pequeños aprendizajes.

Entonces le pedimos que compartiera con nosotros un poco de su historia.

“Cuando yo tenía ocho años nos mudamos con mis padres y mis hermanos a Colonia Valdense. Ahí mi padre quiso empezar una quinta, pero cómo él era viajante, casi no estaba en casa de lunes a viernes. Entonces yo me hice cargo, y ahí fue cuando le fui tomando el gustito a la cosa. También teníamos gallinero, hubo una época en la que criamos pavos, criábamos conejos…

En 1965 me fui a Montevideo a estudiar. Estuve allá muchos años, me casé, y en 1978 nos vinimos para Rosario. Es así que después de unos cuantos años de estar acá en Rosario, empecé a tener todos esos recuerdos de cuando era chico y hacía quinta.

Entonces empecé a buscar… ¿en qué lugar podré hacer algo? Pensé que no podría, porque el fondo era medio chico, y mi señora tenía muchas plantas. Y a ella le gustaban mucho…

Pero al final ‘pude ser propietario’ (ríe) de un pedacito que ella me dejó usar, y lo empezamos a compartir. Una parte para tener plantas ornamentales, y otra parte para la quinta. Y además de la quinta pude plantar un naranjo, un limonero que da futo todo el año, un ciruelo… Y hasta un arazá, que también da fruta”

En su relato, Luis aclara varias veces que la suya es una “historia sencilla”. Es que en un mundo en el que solo los grandes acontecimientos parecen importar, una quinta hecha en cuatro metros cuadrados no suena a noticia vendible ni a un suceso para televisar.

A nosotros nos maravilla cómo “un pedacito de tierra” puede abrigar tantas experiencias y tantas posibilidades. Cómo puede cambiarnos la vida ese hábito constante, de visitar la quinta cada mañana, de mirar las hojas, regar, probar una media sombra o revolver el compost.

Cómo esos cuatro metros nos ayudan a generar con la tierra un vínculo de reciprocidad.
Nos une a la tierra una historia sencilla.