Cada vez que abrimos una canilla nos conectamos con un curso de agua.

Estas palabras resonaron durante el seminario “Agua, savia de un mundo en movimiento”, realizado en el Centro Emmanuel entre el 1 y 3 de setiembre. La expresión, que buscaba ser coloquial, es buena síntesis de un sentir general Necesitamos, verdaderamente, tomar consciencia de la conexión que existe entre la calidad del agua que usamos y los equilibrios de la Tierra. Necesitamos recuperar esa conexión, para comprender que lo que ocurre en los ecosistemas impacta en nuestra vida.

Para lograr ese objetivo, las palabras se condensaron en acciones, gestos que estuvieron presentes durante el seminario. Allí el tiempo de discusión en grupos y de devocional estuvo acompañado por un tiempo de trabajo, plantando árboles nativos como forma de recordar el aporte que estas especies hacen al equilibrio de los ecosistemas y a la calidad de nuestras aguas. 

La maestra y la canilla

Cuando yo era pequeño y me mandaban a lavar los dientes, cada vez que abría el grifo imaginaba que en otra parte del mundo alguien se quedaba sin agua. Y que cuando cerraba, el agua volvía. Ese presupuesto mágico me había llevado a un uso del agua tan disciplinado, que sentía que verdaderamente estaba ayudando a alguien si cerraba la canilla mientras me enjabonaba las manos. El concepto era abrir y cerrar, para que no falte del otro lado. Supongo que la maestra hizo bien sus deberes, porque instaló en un ‘botija’ de ocho años como yo un sentido de responsabilidad sobre el agua un poco superyoico. Era un juego, es verdad, pero que tenía una cuota importantísima de responsabilidad. Al cerrar la canilla, sentía que me conectaba con otros lugares del mundo en los que el agua no abundaba. Y sentía que colaboraba.

Después de dos días de discusión e intercambio, este seminario movió nuestras aguas. En mi caso, terminó de hacer pedazos lo que quedaba de esa ilusión de responsabilidad de la infancia: los problemas ambientales no se resuelven en casa. No se puede trasladar un problema global al espacio doméstico. Sí, cuidá el agua en casa, pero hay que mirar más allá de la canilla.
Sobre este tema, Carla Kruk (ecóloga acuática, CURE-UdelaR) fue enfática al decir que la crisis hídrica y los problemas de acceso al agua potable no se solucionan con un consumo doméstico responsable. En un mundo en el que las fuentes de agua dulce son limitadas (2,5% del total de agua en el planeta), lo que llega a nuestras casas es una proporción menor. Carla puso la atención sobre los sectores agropecuario e industrial, que utilizan el 89% del agua dulce extraída, y que en su accionar también impactan sobre los ecosistemas que nos proveen de agua. Un ejemplo actual son las floraciones de cianobacterias, cada vez más frecuentes, cuya solución no depende de lo que hagamos en casa con nuestros dientes, sino de los modelos productivos que aceptamos. Estos son los que tienen un gran impacto sobre el agua que llegará a las tomas de OSE y a nuestras playas.

¡Dejala que se bañe!

En su presentación, el antropólogo Javier Taks (UdelaR, coordinador de la cátedra UNESCO de Agua y Cultura) reflexionó sobre la valoración que el agua tiene en nuestro presente. Para Taks, vivimos un tiempo histórico marcado por la acción humana, que transforma el medio en el que vive. Hoy se habla de una nueva era geológica, el “antropoceno”, aunque otros autores proponen términos como “capitaloceno” o “desarolloceno”. La actividad humana ha cambiado la superficie terrestre, y ese poder transformador está relacionado con la cultura. Respecto al agua, su uso se relaciona con el sentido que cada cultura le asigna: no existirá el mismo vínculo con el agua en una cultura en la que ella es vista como un recurso infinito del que se puede extraer ganancia, o en una cultura en la que el agua representa un don divino, un bien común o una herencia ancestral. Taks recordó que el acceso al agua y su cuidado no es un problema personal sino colectivo, cultural, y también económico.

En este punto, Carlos Santos (doctor en Cs.Sociales y docente de UdelaR, miembro de la Comisión Nacional de Defensa del Agua y la Vida) agregó que la militancia social y el ejercicio de la ciudadanía son centrales. Un ejemplo de ello es la reforma constitucional de 2004, en la que se estableció que el acceso al agua potable y al saneamiento son derechos humanos fundamentales, sobre los que el Estado tiene responsabilidad (Art. 47). Esta novedad en la carta magna fue impulsada por iniciativa ciudadana, gracias al apoyo y movilización de diferentes organizaciones de la sociedad civil. Hoy también, la acción ciudadana es fundamental: informarse, participar, generar formas de incidencia.

Taks y Santos coincidieron en lo perverso de algunas narrativas, que defienden proyectos en los que el agua parece una fuente inagotable, o relatos en los que se invisibiliza la responsabilidad del Estado y del modelo productivo, para pasar la pelota a lo que las personas hacen con el agua en casa. Como ejemplo, Javier Taks recordó la historia de una mujer a la que entrevistó tiempo atrás. Ella tenía muy pocas comodidades en su casa, mala calefacción, trabajaba jornadas larguísimas. Cuando llegaba a su casa, su único placer era tomar una ducha larga, que le daba calor antes de acostarse. Era su único privilegio, pero el relato dominante decía que eso estaba mal. “Hay que cuidar el agua, hay que tomar duchas cortas”. ¿En serio? -preguntó Taks- ¿Es así como vamos a resolver una crisis hídrica, quitando el único disfrute que tiene una mujer pobre? “¡No! Dejala que se bañe!”

Cruzar el río

Una última imagen que nos pareció muy interesante es la del cruce del río. Para afrontar la crisis hídrica (de la que no hemos salido, aunque algunos relatos lo afirman), es necesario un cambio de paradigma, un cambio económico y cultural. Una transformación que implica empaparse, transformarse, arriesgarse a cruzar.

En su presentación, la bióloga Miriam Gerhard (especializada en recursos naturales y biodiversidad, CURE-UdelaR) sumó a las noticias preocupantes una mirada ecosistémica. Estudiando el efecto que tiene en los lagos las variaciones de nutrientes y de temperatura, Miriam reconoce las transformaciones que el cambio climático y los procesos de eutrofización están generando en los cuerpos de agua. Señala que los ecosistemas proveen de muchos servicios, que muchas veces quedan invisibilizados por la actividad económica. Por ejemplo, la agricultura transforma un ecosistema para que este genere alimento, pero ese ecosistema ya provee de otros servicios: generación de oxígeno, refugio de biodiversidad, retención de agua dulce… ¿Qué pasa cuando se modifica un ecosistema de forma irreversible para que solo produzca alimentos? Lo hará por un tiempo hasta agotarse, y luego de ello no será capaz de proveer ninguno de los servicios que antes había provisto.

Para Miriam Gerhard, a pesar de las noticias desalentadoras, todavía es posible un cambio. Una clave es reconocer el aporte que los ecosistemas naturales hacen a la vida, y la forma en que nuestra especie depende de ellos. El monte ribereño, los humedales, el paisaje lacustre no es un territorio desaprovechado, es valioso en sí mismo. No podemos presionarlos hasta el infinito, porque en algún momento se agotan. Por eso, el consumo es otra forma de incidencia: podemos informarnos y elegir formas de consumo que tienen menos impacto en los ecosistemas de agua. No es lo mismo importado o local, sostenible, agroecológico o convencional. Es otra forma de presionar.

En este punto surge la pregunta sobre el lugar que las religiones pueden tener en la formación de una cultura del cuidado del agua. En este punto, Mercedes García Bachmann (biblista especializada en Antiguo Testamento, IELU) problematiza las lecturas que muchas veces se hacen de los textos bíblicos, en los que buscamos desde el presente respuestas a problemáticas que no existían en la Antigüedad. Ella señala que, si bien en la Biblia el agua tiene un sentido simbólico muy especial, no existen admoniciones o recomendaciones sobre su cuidado, sencillamente porque eso no era necesario. En una cultura en la que el agua es un don de Dios, muy limitado, no existía la necesidad de generar un texto que recomendara su cuidado. Aunque sí existen textos en los que el agua -por ausencia, por exceso o por mala calidad- representa un problema.

“El mundo bíblico – dice Mercedes  no hablaba en términos de cambio climático o de emisiones de carbono, pero no por eso dejaba de evaluar algunos de los fenómenos que percibían como anormales, preocupantes y hasta aterradores”. Para analizarlos, no debemos perder de vista cuestiones como la pobreza, género y raza. Porque en la Palestina bíblica, como en el Uruguay actual, los diluvios y las sequías no impactan democráticamente; allí como aquí los ríos y arroyos, los manantiales, pozos y cisternas, no se distribuyen de forma uniforme. No todos beben las mismas aguas.

El último de nuestros invitados fue quien nos invitó a cruzar el río. Enrico Benedetto – filósofo, periodista y pastor valdense italiano – propuso una interpretación del relato del cruce del río Jordán en la que el agua aparece como protagonista. Cruzando el Jordán (libro de Josué, cap. 3 y 4) el pueblo de Israel ingresa en un territorio que hará su hogar, pero que no es un territorio vacío y que está sometido a disputas. Esa narrativa fue luego apropiada por otros pueblos para justificar otras conquistas y otras guerras, como la colonización de América. En su propuesta, en cambio, Enrico quiere ver la importancia de la idea del cruce como nacimiento, romper aguas, nacer del útero materno. Desde esta mirada, el pueblo que pasa por el río vuelve a nacer, tiene una nueva oportunidad. Junta doce piedras del lecho y las apila como memorial.

Hemos vuelto a nacer, hemos cruzado el río. Nos preguntamos hoy si la crisis hídrica no nos pone frente a un río que debemos cruzar. No para someter ni colonizar, no para seguir explotando ni para consumir más. Un río que debemos cruzar para cambiar la mirada.

Estamos pasando por una crisis histórica que pone al límite la disponibilidad de agua y sus ecosistemas, no lo podemos olvidar. Para encontrar salidas, para cambiar la mirada, debemos apilar las piedras y marcar el lugar. No podemos hacer de cuenta que todo volverá a ser igual. No puede pasar.

 

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