Pocos años atrás, cuando me incorporé al trabajo en el Centro Emmanuel, mi primera impresión del lugar estuvo marcada por la experiencia del ingreso en bicicleta. Son solo quinientos metros de camino de tierra los que separan esa granja del resto de Colonia Valdense. Para mí, ese simple tramo ya es un adelanto de los sueños y esperanzas que el Centro Emmanuel ha atesorado en sesenta años de trabajo.
Para hacer ese recorrido basta desplegar los sentidos, respirar hondo, saborear la bajada y pedalear la pendiente hasta llegar a la cima. Ese camino, recorrido en vivo, es mejor que cualquier video de presentación, porque resume en una sola experiencia los sueños del Centro Emmanuel, acunados por una espiritualidad ecuménica, arraigada y consciente de su compromiso con la Creación.
La historia
Creado en 1959 por iniciativa de Yvonne van Berchem, el Centro Emmanuel estuvo destinado desde sus inicios a ser un centro ecuménico para retiros y formación bíblico-teológica. Yvonne y su esposo Emmanuel Galland eran de origen suizo, habían crecido en la tradición reformada, y su vocación ecuménica los llevaría a Sudamérica. Así, cuando Yvonne concibe el surgimiento del Centro Emmanuel ella piensa en la importancia de la formación de laicos/as y en el cultivo de una espiritualidad similar a las experiencias europeas de Grandchamp y Taizé.
Con el pasar de los años, las necesidades de las iglesias que componían el Centro Emmanuel fueron acercándolo a la educación popular y a la lectura popular de la Biblia, hasta que en los años ’80 comienza a madurar el compromiso con la justicia socioambiental. Por ese camino se llegó a lo que hoy es el Centro Emmanuel: un centro de retiros y de formación en Agroecología y Ecoteología, una granja agroecológica que tiende puentes con otros agricultores, que busca vías de producción más justas, un espacio que intenta acercar la Ecoteología a las iglesias y que cultiva una espiritualidad ligada a la Tierra.
En la actualidad el Centro Emmanuel está integrado por representantes de las iglesias Metodista, Valdense y Evangélica del Río de la Plata; pero todas las actividades son abiertas. La única condición es el compromiso con lo que hemos llamado “una cultura del cuidado de la vida”.
Una red, un ovillo.
Es difícil enumerar las actividades en las que el Centro Emmanuel se involucra día a día. Es difícil llevar la cuenta en una institución que ha intentado tender puentes a diferentes niveles, con actores de la sociedad civil y con las iglesias. Es difícil también hacer la lista, porque la Agroecología y la Ecoteología son dos campos que tienden a generar redes mucho más horizontales, democráticas y cooperativas.
-“El Centro es como una red, como un ovillo” –me dijo Carolina semanas atrás. Como con los ovillos, el Centro Emmanuel parece algo simple y compacto; una construcción sobre una loma, un tajamar, algunos cultivos, una capilla y veinte vacas lecheras. Simple como un ovillo.
Pero cuando se desarma, cuando el ovillo se despliega puede tomar otros hilos y generar lazos inesperados, que enriquecen nuestra fibra y que pueden sostener a otros/as. Acompañar a pequeños productores familiares; trabajar con otras organizaciones para generar conciencia; involucrar a jóvenes y adolescentes para que ellos/as sean dueños de una reflexión teológica centrada en la defensa de la vida, de una espiritualidad ligada a la Creación; organizar talleres, seminarios y diplomados para formar laicos/as con solidez académica. Todas estas iniciativas son pequeños nudos que hacen que el Centro Emmanuel no sea un ovillo aislado, sino parte de una gran red.
Un almácigo.
Estoy sentado viendo el sol caer, y a mi lado Gabriela, Federico y Raquel hacen los últimos ajustes de un taller que tendrán mañana. Persiguen el objetivo de formar referentes para recibir visitas guiadas, para informar y sensibilizar sobre la vigencia de la temática socioambiental. Pienso entonces en las noticias del día: la impresión aterradora del fuego en la selva amazónica, el relato de familias amigas que viven en su propio cuerpo las secuelas de los agroquímicos, el clamor de las organizaciones sociales que cuestionan la instalación de nuevas industrias sobre un río en riesgo de colapsar.
Mientras ellos conversan animadamente, vuelvo a confirmar la importancia de generar conciencia, de poner sobre la tierra preguntas y búsquedas que ayuden a hacer crecer nuevas formas de relacionarnos con la Tierra.
-“Es que el Centro Emmanuel es un poco como un almácigo” –dice Gabriela tomando una metáfora que surge de su propia experiencia-; “porque acá nacen muchas cosas. Este lugar tiene la potencialidad de hacer nacer proyectos, ideas, ilusiones, sueños. Acá pueden brotar y crecer”.
Yo anoto esa idea para desarrollarla algún día. Me gusta pensar en este lugar como un espacio protegido, de hospitalidad, de calidez, donde pueden germinar y crecer sueños que mañana pasarán a otros suelos, para embellecer otros jardines, para ser cambiados con otras semillas o para ser saboreados en otras cocinas. No criamos sueños para servirlos en nuestra propia mesa.
Una senda.
El sol ya ha abandonado estas tierras para iluminar otros suelos de mi latitud. Quizá ahora algún hermano en Australia o Nueva Caledonia esté experimentando cierta forma de gratitud, por el mismo sol naciente que hoy yo veo ocultarse. Tengo que volver a mi bicicleta para retornar a casa, para hacer mi pequeño peregrinaje cotidiano. Mientras giren las ruedas de mi bicicleta, el mundo da vueltas a un ritmo que ha sido dado por Dios. Son los ciclos de la vida, esos que a veces el ser humano violenta para hacerlos encajar en los ciclos del lucro.
Unos años atrás, Marcelo y Nicolás crearon un breve documental en el que presentaban la tarea del Centro Emmanuel.[1] Allí los testimonios se alternan con imágenes de manos cosechando tomates, de pies desnudos recorriendo el pasto, del movimiento de una rueda en el taller de un bicicletero. No son manos, ni pies, ni bicicletas que podrían mostrarse en las publicidades a las que estamos acostumbrados. Pero son las herramientas que tenemos en el Centro Emmanuel para abrir humildes caminos.
No lo haremos con la maquinaria moderna que ofrece el mundo para producir cada vez más. No lo haremos con las manos y los pies que modelan los productos que todos quieren comprar. Con nuestras herramientas, con nuestros gestos, soñamos y mantenemos la esperanza de un mundo y una humanidad renovada. Esa es nuestra esperanza, débil, humilde, humana. Una esperanza que también viaja en bicicleta.
“La esperanza es carta que escribimos,
a los niños, hijos de estos hijos.
La esperanza es árbol que plantamos,
un camino que abres con tus manos
y otros llegan hasta el mar.”
(“¡Vamos!”, de Guido Bello y Pablo Sosa. 1988)
- Javier Pioli – Secretario teológico
Nota original divulgada por la American Waldensian Society, setiembre de 2019. Disponible en: https://myemail.constantcontact.com/Hope-Travels-by-Bike–Centro-Emmanuel-in-Uruguay.html?soid=1116213273536&aid=ikR9TqOhZRg
[1] “Contrapedal”, de Marcelo Gonnet y Nicolás Olivera. Puede visualizarse en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=Ari7gVTZbHY . Palabras clave: Contrapedal / documental / legado / producción rural familiar
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