Taller sobre fe y comida en el Centro Emmanuel

Desde temprano en la mañana del sábado 17 de marzo, personas de las más variadas edades y confesiones se fueron arrimando al taller donde las palabras se volvieron comida, y la comida palabras. Se estudió la presencia de la alimentación en varios relatos bíblicos y su vínculo estrecho con la fe.

Como ya viene siendo costumbre en las actividades del Centro, arrancamos afuera. Con el crujir de las hojas secas que van anunciando las vísperas del otoño y las ramitas que se quiebran a nuestros pasos, nos fuimos acercando al montecito. La vista decidió dejar de ser la principal protagonista y dió lugar a los demás sentidos: el trinar de los pájaros, el olor al pasto recién cortado, la textura de la hoja de malvón que pasa de mano en mano. El interludio de los sentidos danzantes invadió el ambiente durante varios minutos…

Ya con todos los sentidos en plenitud, nos subimos en el auto de Raquel y partimos hacia lo de Ivette. Curva, contracurva, el maíz que acompaña, otra curva, llegamos. Las tomateras que servían de sombra a las albahacas plantadas a su pie auguraban el comienzo de la huerta.

“Yo me dedicaba a vender y asesorar a productores con los químicos de sus cultivos. (…) Trataba de que no utilicen de más, pero ya eran muchas cosas las que no me convencían, y acá estoy ya hace 2 años. (…) A la tomatera de acá no le hizo falta nada. Buena tierra, agua, y fué suficiente”

Otro grupo se fue al campo de Sergio y Ester. El ruido de una moledora de trigo casera hecha con un viejo motor de lavarropas y algunas planchuelas y varillas de hierro los recibió. -¡Qué pan que nos vamos a hacer con esta harina, Santi! -dijo Jimena. Y claro, donde lo modificado es regla, lo orgánico es excepción.

El tercero se quedó con Jorge en el Centro. Las gotas de la llovizna se deslizaban por las paredes del invernáculo mientras explicaba todo el trayecto que hizo la cebolla antes de llegar a la cocina.

Y la próxima cita fue en la cocina. El aroma del pan horneándose, la cebolla que se saltea. El ruido de los cuchillos al cortar la papa. La textura inconfundible de una manzana. Privarse de la vista ya no fue necesario para experimentar todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Así, entre risas, mates, unos scones preparados con anterioridad por Mariela y Verónica y un texto de Rubem Alves, se fueron cocinando panes, guiso y ensalada de frutas. Todo fue rico. Y no porque la receta era aquella que ya tiene 50 años, o porque le echamos la hojita de laurel que le faltó la otra vez, sino por el otro gusto, el de lo que rodea. El de saber de dónde vino cada uno de los ingredientes que lograron el alimento, el de cocinar juntas y juntos, en comunidad.

Con el estómago cargado de sensaciones nos fuimos (para pesar de muchos, sin dormir la siesta) al salón. La disposición circular de las sillas nos invitaba a sentarnos y ser parte de esta reflexión que fue sucediendo. Arrancamos desde el principio: Génesis. Saltamos por los panes y los peces, la institución de la Santa Cena; el banquete del rey y el banquete del pueblo. Compartir el plato no es llenarse la panza, es llenar el espíritu. El ser humano es con quién, cómo y para qué come.
Nos fuimos con definiciones preconstruidas, deconstruidas y por construir, y seguiremos adelante con fe… y alimentándonos.

Tomás Barolin – Eq. de Ecoteología