La escuela 37 es mucho más que un edificio pintoresco. El barrio se identifica con ella, y hay gente grande que aún recuerda cuando “se llegaba por el fondo”, cortando camino para llegar temprano. Surgió como escuela rural, y con el crecimiento de la ciudad de Colonia se convirtió en escuela urbana. Con ese patio enorme regado de árboles frutales y hamacas, la escuela nunca olvidó el gusto por la naturaleza, la sombra fresca y las túnicas con tierra. Quizá por eso la comunidad de la escuela mantiene una modesta quinta, que sirve a la cocina y que se utiliza como excusa para enseñar.
El martes 22 de noviembre visitamos a los grupos de 2do y 3er año del turno matutino. Nos invitaron las maestras Natalia Clark y Agustina Ricca, quienes habían estado trabajando sobre árboles nativos. Las niñas y niños pusieron todo el entusiasmo, se engancharon en una búsqueda de “buenezas”, probaron el dulce de guayabo y armaron sus bombas de semillas. Al finalizar, plantamos un pitanguero que ahora acompaña a los ciruelos y guayabos de la escuela. A las risas, la gurisada le puso un nombre. Parece que el arbolito se llamará “Pedro Miguel”
Seguramente un papá o una tía macanuda habrá notado que a la vuelta la túnica estaba un poco menos blanca. Los bolsillos cargados de ciruelas y las uñas llenas de tierra quedaron como recuerdo de un taller, experiencia viva de las cosas aprendidas.
¡Gracias por el entusiasmo y la calidez!
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